En la película homónima, James Bond -aquel agente secreto digno de imitación, pero no por servir a ojos tapados a un poder imperialista, sino por su correcto modo de tratar a la mujer-, se enamora. Todos ya saben a esta altura de la saga, que James Bond, interpretado en ésta ocasión por George Lazenby -a mi modo de ver, el mejor James Bond luego de Sean Connery, aunque tal vez me influye en ésta determinación que actuó en la mejor película de James Bond junto con "Desde Rusia con Amor"- es un agente británico y por lo tanto agente de la corona -ya pasaron cinco películas-. O sea, no está más "al" servicio secreto de su Majestad (Majestad por la Reina inglesa, claro está); en todo caso, si la película se llamara "En el Servicio Secreto de su Majestad", podríamos aventurar ésta hipótesis, pero no es el caso: aquí se llama "Al Servicio Secreto de su Majestad". Y no es que haya un error en el título del film, porque lo que se quería poner en evidencia, es que, mientras todos saben su vinculación con el MI6, nadie sabe sobre su relación amorosa con la Condeza Teresa di Vicenzo (interpretada por Diana Rigg, ¡qué mujer!). Y será Teresa quien pase a ser su Majestad, James va a noviar secretamente con ella -bueno, sobre el final, se descubre, cuando llegan a la fiesta de invierno y tienen que escapar.
Antes de intentar seguir los caminos del 007 buscando mi propia Majestad a quien servir, deberia haber sabido de ante mano: Teresa muere y James se queda con el sabor de la impotencia en los labios.
Antes de intentar seguir los caminos del 007 buscando mi propia Majestad a quien servir, deberia haber sabido de ante mano: Teresa muere y James se queda con el sabor de la impotencia en los labios.
Si hay algo que nos hermana con Bond, es que nuestras relaciones están condenadas al fracaso.
